lunes, 10 de diciembre de 2012

AQUEL DÍA

Una mañana no hace mucho tiempo, me desperté pensando que puede que haya cosas en este mundo que hay que ver. Pensaba en los paisajes más bellos, estrambóticos e inexplorados del planeta. Aquel fue un espléndido día de final de verano.
Al día siguiente, con un semblante un tanto diferente, me desperté y llegué a una conclusión que incluso alcanzaba a alienarme: también hay cosas que no hay que ver. Esta vez no pensaba para nada en los paisajes más feos y vistos, en absoluto, las cosas que no hay que ver suelen estar ocultas en un lugar en el que podrían ser vistas muy fácilmente de manera que nadie las vea, ya que son un tanto más abstractas de lo esperado. Este fui un día de otoño que no merece la pena recordar.

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