sábado, 11 de octubre de 2014

Aquella flor

Un día, hace ya muuucho tiempo me encontré con una flor en el pequeño y resguardado patio de mi casa. Ella estaba semiescondida entre unas malas hierbas verde oscuro, pero aun así parecía feliz, siempre dando a ver sus colores y con los pétalos erguidos hacia el sol. Me pareció que tenía algo especial, que no era como las demás flores, así que decidí acercarme a la flor. Comenzamos a hablar de un montón de cosas de las cuales ya no recuerdo ni la mitad, aunque si recuerdo como sus petalos rezumaban cada vez más alegremente.
 Me acostumbré a ir a ver a la flor todos los días, y a regarla, porque nadie lo hacía. Ella siempre me decía que cómo podía dormir tanto, que llevaba un buen rato mirando a mi balcón esperando verme levantar mi persiana.
 Así pasaron los meses, luego los años y, sin darnos cuenta, allí seguíamos los dos. Debido al agua con que yo la regaba, muchas otras flores habían empezado a crecer al rededor, y a veces se unían a nosotros en nuestra diversión.
 Un buen día, una flor muy extraña apareció en el jardín. Tenía los pétalos negros. Mi flor me dijo que era su nueva amiga, y yo, vencido por la curiosidad comencé a entablar una relacción que se volvería tan profunda como la que tenía con mi flor. Esta flor negra además de ser muy curiosa, y quizá por eso mismo, creció inimaginablemente rápido. Así pues, ya no eramos mi flor y yo, ahora eramos los tres.
Recuerdo que alguna vez me hablaron de haber visto pasar a las hormigas. Decían que les causaban cierta melancolía, pues pasaban a paso ligero para no volver después. No siempre uno puede comprender del todo a sus flores. Decían que las hormigas tenían suerte porque no cargaban el peso que ellas a sus espaldas, y eso que las hormigas llevaban siete veces su peso, y las flores nada aparentemente.
 Yo me hice mayor, y mis flores eran ya pequeños árboles que habían crecido los más robustos del lugar despues de enfrentarse a esas malas hierbas que ahora no les llegaban a la altura de las raíces. Yo sabía que los dueños de la flor iban a llevarla al sur, donde hace más calor y las flores saben sonreir. Porque parece algo fácil, pero yo sabía que mi querida flor no quería un clima lluvioso como el nuestro. No necesitaba que la regaran, no, solo que le dieran calor. También fue mi momento de partir. Partir hacia un Nuevo Mundo. Partir hacia una aventura en la que nada era seguro. Sabía que a mis flores no les hacía gracia que no quedara nadie para regarlas, y mi flor estaba preocupada de dejar sola a la negra flor, que aunque se había convertido en todo un arbolito de sabiduría y curiosidad, siempre había estado a su sombra. También estaba preocupada y triste por mí, aunque ella nunca dijo nada. Siempre sonreía. Ahora me doy cuenta de que no fui capaz de preguntarle "¿Qué?¿Cómo llevas los preparativos del viaje?¿Te sientes preparada?". Siempre había dado por hecho que aquella flor no necesitaba que la ayudaran. Supongo que no quería ningún héroe, solo un amigo.
 Después de una noche de despedida en la que los tres estuvimos a punto de separarnos de verdad, yo partí. Aunque parezca una hazaña increíble para unas flores, vinieron a despedirme a la estación, junto con otras muchas. Ellas se quedaron en la fila del fondo, como si no fueran las más importantes, y con aquel gesto, se marcharon las primeras. Ninguno derramó una sola lágrima, no al menos delante de los otros.
 Durante aquel largo viaje apenas tuvimos oportunidad de hablar o vernos las caras. Aunque no supiera nada de ellos, miraba hacia arriba por las noches preguntando si estarían mirando el mismo cielo en alguna parte de esta pequeña esfera de agua y verde.
 Llegó el día final de mi aventura y volví. Al llegar allí estaban ellas, pero esta vez no fue mi flor la que se quedase en última fila. Había cambiado, y me alegró. Mi flor había tomado muy bien el sol y recibido mucho calor. Sin embargo, ví a mi negra flor un poco más mustia que al partir y me pregunté qué le había hecho aquel clima intempestivo al haberse quedado solo. No me preocupé más porque esta vez serían mis flores las que partieran juntas, así que supe que mi flor volvería a darle sombra.
 Yo, por mi parte, llegue un poco a trompos, y no fui capaz de agradecer su recibimiento como es debido. Pensé que tenía que escuchar por igual a todas mis flores y ella me dijo que no me preocupara, que hiciera lo que tuviera que hacer. Como siempre fue mi flor la que calló y esperó, y yo no supe agradecérselo.
 Fuimos a pasar unas noches fuera, con otra gente, y mi flor se fue con otras flores que había conocido allí. Yo no me atrevía a acercarme, pensé que no quería estar conmigo sino aprovechar y conocer nueva gente. Pero una noche, al fin pude ser sincero con mi flor, y ella lo fue conmigo. Ella me dijo que no todo había sido fácil en su viaje, al igual que le dije yo. Hubiera podido vivir dentro de aquella noche eternamente.
 Por desgracia o por gracia, todo tenemos que volar del nido alguna vez, y ellas se fueron. Pero que sepan que si las flores pueden volar, las personas podemos correr, y yo correré todas las maratones que haga falta por mi flor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario