martes, 7 de octubre de 2014

Hall to a new age (Hall de la nueva etapa)

Llegó a aquel salón, cuya apariencia era cual entrada principal de palacio, cual adornada por alfombras rojas que desprendían un fulgor intenso, pues rezumaban belleza a los ojos de nuestro querido novato. Se sentía deslumbrado por su alrededor: las luces eran como focos de un concierto, y los ventanales, como les de la catedral de Santiago.
 Había pensado que cuando llegase sería la luz del lugar, pero no podía haber estado más lejos de la realidad: si pretendía ser alguna luz, serí la de las velas que usaran las comadrones cuando ya nadie quedara.
 Se había quedado tan anonadado que ni un solo paso se creía capaz de dar. Aun así, en vista del movimiento a su alrededor sintió que tenía que moverse: iba a ser el último en llegar a la sala de recibimiento.
 Al fin, entre más destellos de luz imaginada llegó hasta otra sala: esta ya no era deslumbrante como la anterior. Esta era más sencilla, pero de alguna manera, y al reunir a todos lo que habían entrado allí aquel día, parecía tener una fuerza gravitacional especial que atase las palabras en lo más profundo de los pulmones de cada persona, y sus movimientos, bajo sus pies. Nadie osó moverse ni un ápice. Tampoco se oyo una palabra en el enigmático aire. Todos respiraban con avidez, pero en silencio, esperando quizá encontrar una pista a los que los acechaba en algún lugar de aquella sala.
 Repentinamente, un trueno cayó en mitad de la sala. Algunos corrieron hacia la puerta, y se fueron por donde habían venido. Nuestro protagonista se quedó plantado donde estaba, y no porque no se hubiese planteado que quedarse allí podía ser una mala idea, sino porque se había dicho a sí mismo que aquello no debía ser tan sorprendente como a él le parecía, tal como le había pasado al entrar cuando él había sido el único en quedarse boquiabierto. Sabía que aquello seguiría sorprendiéndolo todavía más, y no quería perderse eso.
Los pocos que habían resistido al ruido ensordecedor del trueno esperaban otra vez, en un silencio tan sepulcral como una lápida de hielo.

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